Pla y Azorín


ORIOL PI DE CABANYES



Azorín” (que era el alias de José Martínez Ruiz) es el “inventor” de la generación del 98. “Esa generación fantasma que se ha inventado, entre otras cosas, para explicar esa revolución” (la del 36) -escribía Baroja durante la guerra, que vivió en París (como Joaquín Rodrigo, que ya le daba vueltas al “Concierto de Aranjuez”). Con Montaigne y con Stendhal, Azorín es el mayor referente literario de Pla. Cosa palpable sobre todo en sus primeros escritos (por la brevedad y la ordenación de la frase, por la adjetivación, muchas veces pictórica). Los de la segunda etapa (sobre todo los de entrados ya los cuarenta), son más elegiacos, más sutiles, algo más sueltos.

De esta época es un papel de Pla (a propósito de Azorín) que debería considerarse uno de sus escritos canónicos. Es de 1942 y se lee en el número 33 de su “Obra completa”: “El passat imperfecte” (1977). Aunque bien pudo haberse metido en otro tomo. Porque estas portentosas obras completas en edición tipo Pléiade (de las que él mismo escogió el color burdeos) permitirían ordenaciones distintas ( que es lo que opino que debería hacerse para colocar a Pla en otras lenguas: antologarlo de modo que hubiera un Pla para italianos, otro para suecos, otro para portugueses, etcétera).

“Azorín”, este artículo de Pla, da muchas pistas sobre el estado de ánimo del escritor que, tal como Montaigne, ha regresado a su tierra después de haber dado bastantes vueltas, como huyendo de la patria. Porque antes de 1939 Pla, que va con la políglota Adi Emberg, es un hombre que se mueve mucho. Hasta que se para, se ausculta y acaba por encontrar lo más universal y eterno dentro de sí mismo.

En lo microlocal reencuentran lo que Bergson llamaba “las palpitaciones del tiempo”. Lo de que “la cuina és el paisatge a la cassola”, por decir algo, ya lo dijo “Azorín” antes que Pla. Está en “Bodegón”, una prosa de su libro “Valencia” (1914), en que elogia el bacalao desmenuzado con ñoras y un aliño de aceite y vinagre:

“Ni en el mismo repertorio valenciano -tan vario y suculento- hay nada que se le compare. Con este manjar entra en nuestro cuerpo, de modo gustoso, el sobrio paisaje alicantino, todo grises”.

Con algo de escarola, a este mismo plato nosotros le llamamos “xató” (que si no es del árabe, como creo, debe venir del francés “château”). Pero aquí hasta la luz es azul (por la humedad del aire). Mientras que el paisaje que Azorín lleva dentro es (más que el de la huerta, más que el paisaje de la vega mediterránea) el paisaje seco de la Mancha y el de la Castilla sin un árbol (que es la tierra que, según él, mejor representaba el alma de España...) En Pla se produce el mismo proceso de mitificación, pero con el Empordà, que es un paisaje que ve como la quintaesencia de Cataluña.

Podría decirse que Azorín y Pla fueron dos grandes regeneracionistas del campo. Ambos propugnan una vuelta a los valores esenciales de la tierra. Una tierra que se habría quedado yerma por pura incuria, según Azorín. Que dice en “ABC” el 15 de abril de 1909: “Ahora, para nosotros, hombres del siglo XX, se presenta el problema de restaurar la vida de esta parte de España, la más gloriosa, aquella a la que debemos nuestro espíritu. (...) Existe un factor indispensable de la civilización: el agua... No la hay en los campos castellanos, y es un deber de patriotismo el hacer que aquellos campos sean regados: es decir, el crear un estado de bienestar estable, definitivo, basado en el trabajo agrícola.”

Azorín acabó, como es natural, en el franquismo hidráulico. Y Pla se lamentaba de que los campesinos tuvieran que convertirse en obreros de fábrica. La despoblación rural le entristecía com a Azorín. Pienso en ellos ahora que se ha muerto un gran profesional: Joan Torremorell, nuestro vecino el masover de la Masia en Sardet. Ululan sus perros. Hace días que no llueve. Y todo está muy seco.



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