El catalán literario




Verdaguer, Maragall, Pla...

Coromines valoraba a los escritores poco arbitrarios y próximos a un uso de la lengua normal y sin afectación

Narcís Garolera

La Vanguardia, 15 de juny 2005



El 27 de mayo de 1993, tres días después de haberle sido concedido al poeta J. V. Foix el Premi d´Honor de les Lletres Catalanes, Coromines escribía a su admirado Josep Pla una carta en la que, entre otras cosas, le decía: "No vull que en aquest moment deixi de sentir que sóc al seu costat. Vostè sap que jo poso la força d´estil per damunt de la recerca preciosa, el gruix humà per damunt de l´alambí, la literatura d´abast nacional molt més alta que el brodat de cenacle, l´essència per sobre de la quintaessència, i comprèn què hauria fet jo. Ara el que cal és que això es repari sense altre ajornament."

Como se sabe, Pla no recibiría nunca aquella distinción, por más que Coromines considerara que la merecía más que otros escritores catalanes. En el catalán literario del poeta de Sarrià, el filólogo encontraba "massa nata", según dejó escrito en su impagable diccionario etimológico. Si Pla consideraba que Foix escribía en provenzal (por la abundancia de formas arcaicas en sus textos), Coromines juzgaba negativamente incluso la producción literaria de los trovadores, por su preciosismo lingüístico, al igual que la poesía de los noucentistes que los imitaban en ese aspecto.

Hablando un día con Coromines –a quien tuve el privilegio de tratar en sus últimos años–, le pregunté su opinión sobre la lengua literaria del autor de L´Atlàntida, y él respondió, con voz grave y sentenciosa: "Si existe un escritor que tenga autoridad en la lengua catalana, ése es Verdaguer". Ni que decir tiene que, desde mi modesta condición de estudioso del poeta, comparto su categórica afirmación. Una ajustada selección de los elementos de la lengua alejó a Verdaguer del arcaísmo y del castellanismo, recursos estilísticos más que frecuentes entre los escritores catalanes de su época. Verdaguer fue consciente, ya en sus primeros escritos, de que el catalán culto debía basarse en un registro común a todos sus hablantes, y no muy alejado de la lengua viva (pero no dialectal).

En su diccionario, Coromines consignó que Carner, Riba y otros miembros del "cenacle antiverdaguerià" de la Secció Filològica del IEC, optaron por la pronunciación aguda de ciclop, en lugar de cíclop, forma ajustada a la acentuación griega de la palabra, y usada por Verdaguer, Costa y Maragall. Estropear los versos de estos poetas –añade Coromines– "és un atemptat a la nostra tradició literària i nacional".

Coromines valora positivamente la prosa de Narcís Oller, un "escriptor independent, de lèxic bo i autèntic", y no siente mucha confianza por el del "amadrilenyat" Víctor Balaguer. El filólogo considera a Joaquim Ruyra "un excel·lent prosista, el consultor constant de Fabra en la redacció del diccionari". Para Coromines, Joan Maragall y Prudenci Bertrana son "els escriptors més robustos i representatius" de la literatura catalana del cambio de siglo. En algunos poemas de Maragall –en La vaca cega, por ejemplo– el filólogo aprecia "moments estilètics de gran nivell", y cree que sería muy injusto "titllar-lo de descurat o de massa indulgent", opinión que todavía hoy mantiene más de un profesor de filología catalana.

Coromines tiene muy en cuenta el acierto lingüístico y literario "dels millor clàssics mallorquins" (Aguiló, Costa y Joan Alcover), pero reprueba los escritos de Llorenç Riber, "de retòrica subalterna i llibresca". Encuentra a Eugeni d´Ors "de regust afrancesat", y no le gustan las filigranas lingüísticas de Bofill i Mates, demasiado alejadas del catalán hablado. Y, aún cuando no suele invocar la autoridad de Carner en materia de léxico –por el uso arbitrario de la lengua–, le considera "un escriptor modern i de fina percepció", aunque reconoce que escribe "en corda estètica més enlairada i calçant coturn". Sin embargo, y para que no haya equívocos sobre sus preferencias literarias, Coromines nos sorprendió un día, después de comer, recitando, de memoria, una extensa poesía de Carner, que daba la impresión que había sido escrita por él mismo.

Justamente por usar el catalán con normalidad, a Josep Pla le juzgaba "un gran escriptor, amb més sentit comú que entelèquia", y no deja de admitir –a pesar de su animadversión por cuestiones personales: le veía como un "poeta de balancí" y encontraba "repugnant, pornográfica i estúpida" su novela Vida privada- que Sagarra fue "assidu observador de la natura viva i dels seus noms", e incluso llega a incorporar en su diccionario una palabra usada solamente –y sólo una vez– por el escritor barcelonés. Lástima que Coromines no hubiese leído –él, inveterado lector de las Mémoires de Saint-Simon– las fastuosas Memòries de Sagarra, aparecidas en 1954, cuando el filólogo, residente en América, se hallaba inmerso en la publicación de su diccionario etimológico castellano, y no podía seguir las novedades literarias en catalán...

Este sumarísimo repaso a algunas de las opiniones literarias del ilustre etimólogo refleja una valoración positiva de los escritores poco arbitrarios y próximos al uso normal de la lengua catalana. De Verdaguer y Maragall a Pla y Sagarra existe una utilización parecida del catalán y una expresión literaria, sin afectación ni gratuidad, que Coromines comparte y recomienda. ¡Ojalá los escritores catalanes de hoy destinaran un rato cada día a hojear, al azar, las páginas de su impagable diccionario!



Narcís Garolera es profesor de Filología Catalana en la Universitat Pompeu Fabra

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