Este asunto
de la academia
y los juegos florales






QUIERO AGRADECER AMPLIAMENTE A TODOS ESTOS SEÑORES tan importantes que están haciendo un ambiente tan propicio y favorable a mi entrada en la Real Academia de la Lengua. Realmente la cosa es sorprendente. Me han asegurado, sin embargo, que el señor Delibes, gran novelista, excelente observador, que acaba de entrar en la docta corporación y que es uno de los promotores, al parecer, de esta historia, ha dicho que yo debería entrar en la Academia pero que está casi seguro de que yo no haré absolutamente nada para llegar a este ni a otro puesto de la jerarquía. Tiene toda la razón el señor Delibes. La segunda parte de su afirmación es exactísima.

Esta historia de la Academia tiene ya algunos años de existencia. El primero que me lo propuso fue un viejo amigo y gran escritor, Camilo José Cela, Juan Pedro Quñoneroen nombre de algunas personas muy conspicuas de la docta corporación. En una cena que tuvimos en Palafrugell, delante de la señorita Rubies y de otros amigos, le dije a Cela que yo no podía ser académico por muchas razones; entre las cuales las siguientes: primero, por mi edad; después, por mi lejanía; seguidamente, porque mis conocimientos académicos eran escasísimos y los de la Academia desconocidos y, finalmente, porque no tengo la menor idea de la filología, ni de la gramática, ni de la prosodia, ni de la ortografía. Ahora bien, dado que estas cosas deben ser muy importantes en la Academia, ¿qué hubiera hecho yo en la docta corporación, sino el papel de un bulto humano sentado en una silla, viejo e ignorantísimo? Tengo la convicción de que mis argumentos convencieron al señor Cela y la cosa se dejó correr sin el menor estorbo ni reticencia.

Todo lo que dije a Cela se lo repito ahora al señor Delibes y espero que quedará absolutamente convencido de que su pálpito era cierto.

Sin embargo, la cosa ha resucitado en estos días. ¿Por qué? Lo ignoro absolutamente. Tanto es así que el otro día se presentó en mi casa el señor Quiñonero, que es redactor de Informaciones de Madrid y escritor de mucha información y además de la Televisión general, con todo un equipo televisivo. El señor Quiñonero tiene una ventaja: así como los académicos de la Real no tienen la menor idea de lo que yo he escrito en mi lengua en las Obras Completas, este señor ha leído algunas y por tanto tiene más conocimientos. Me dijo que yo le había dado mucha información. Menos mal. En todo caso estos señores de la Academia, si me conocen es por los artículos que he escrito durante 6 años seguidos en esta revista, sin fallar ni una sola semana. He recibido el embate de dos generaciones absolutamente distintas y todavía estoy en pie –más o menos–. El redactor de Informaciones es distinto; ha leído bastantes cosas en catalán de mis Obras Completas –no todo, desde luego– y su venida aquí, con todos los aparatos y personajes de la televisión, consistió en preguntarme por estas historias de la Academia. Yo le repetí lo que años atrás dije al señor Cela y que hoy he transmitido al señor Delibes. Espero que se convenciera, pero mi seguridad es muy vaga. Quiñonero es un joven robusto y corpulento, pálido, con una cantidad determinada de cabello, que parece estar por encima del bien y del mal. Tiende a hacer el inglés indiferente. Tiende a decir lo que piensa pero, a veces, discretamente, se abstiene. A mí me parece que el tono general de los intelectuales de Madrid, en estos momentos, es el de la indiferencia. En todo caso el señor Quiñonero me pareció un hombre ávido de saber muchas cosas. Dónde llegará ya lo veremos.

Y ahora desearía hacer unas preguntas al organismo académico. Me pregunté siempre por qué don Juan Corominas, que es uno de los filólogos más importantes de las lenguas románicas, autor del mejor diccionario que se conoce de la lengua castellana –el célebre Diccionario, en cuatro grandes volúmenes, etimológico y crítico del castellano–, no ha sido nunca presentido para ocupar un cargo en la Academia de la Lengua. ¿Quién podría ocupar este cargo mejor que él? Cuidado, yo no conozco las ideas del filólogo Corominas sobre las academias. Tengo la impresión que sus ideas a este respecto, si muchas veces no son sarcásticas, son enormemente criticas. Pero ello es igual. Es lo que está mal que puede tener un arreglo. Todo lo demás es indiferente. Repito, y perdonen, desconozco la situación del señor Corominas ante la actual Real Academia. Es presumible que el gran filólogo no desee en ningún caso ser académico. Pero dado que nada puede serlo mejor que él, siempre me sorprendió que la docta corporación no le haya presentado una proposición pública, es decir publicada, a estos efectos. En todo caso yo no tengo la menor idea de que esto se haya hecho. ¿Se hizo en secreto? Lo ignoro totalmente. Sobre la capacidad filológica del señor Corominas, están los testimonios de Menéndez Pidal, Américo Castro, del señor Lapesa, de don Dámaso Alonso y de tantos otros nacionales y extranjeros. Es de observar que don Dámaso Alonso, que si no estoy equivocado es en la actualidad director de la Real Academia, es al mismo tiempo el creador de la considerable editorial Gredos, que es exactamente la editora de los cuatro grandes inolvidables volúmenes del Diccionario etimológico y crítico, de los dos volúmenes del Diccionario abreviado y otros libros excelentes, muy encantadores en el lenguaje de la península, de Juan Corominas. Y aquí va otra pregunta: si el profesor Corominas no forma parte de la Academia, a pesar de poseer unos conocimientos y una información infinitamente superiores a los del señor Pompeu Fabra, ¿a quién se le habrá podido ocurrir que yo pueda formar parte de esta Academia? Todos los que vivimos en esta península somos unos insensatos para nuestros vecinos. Yo también lo soy, desde luego, pero quizás, en el asunto que estoy exponiendo, bastante menos. Si algún día el profesor Corominas forma parte de la Academia se abrirán algunas puertas. Antes, será difícil; que todo esto quede claro, preciso y decisivo.

Personalmente tengo una fascinadora admiración por los escritos del profesor Corominas. Los leo constantemente. Es el filólogo de más conocimientos, de más información, de mejor buen sentido, de las lenguas románicas. Su diccionario ha sido para mí una fuente de noticias inagotable, positivo. La actual situación del profesor en Barcelona es uno de los escándalos mayores de este país. Hace caer la cara de vergüenza. ¿En qué estado se encuentra la redacción y la construcción del diccionario etimológico y crítico de nuestra lengua tantas veces anunciado y a pesar de los años transcurridos inexistente ? ¿En qué estado se encuentra el onomasticón de los países de lengua catalana que al profesor le originó y a algunos de los que fueron sus discípulos en el Seminario románico de la Universidad de Chicago, tantos viajes, investigaciones y anhelos, y que en algunos momentos fue considerado un intento de exploración literalmente europeo? Van pasando los años. Los años no perdonan a nadie. El profesor está entrando en la vejez siempre en una pobreza estabilizada y cierta. Podria perfectamente darse el caso que hubiéramos tenido un considerable filólogo y que no hubiera sido aprovechado en ningún sentido. Pero en este país de patrioteros índocumentados, esto puede ocurrir. ¿En qué se ocupa hoy el profesor Corominas? Lo ignoro. Hace tiempo que no he hablado con él. Supongo que trabaja constantemente por este país con mucha mayor eficacia que tantos personajes ínfimos, pero de reacción patriótica. En todo caso, y a pesar de los años, nada ha aparecido de lo que fue presentido ni anunciado.

Y ya que estamos en éstas, aprovecharé este momento para contestar una carta, que recibí hace poco de don Jocs Florals a Nopva York, 1951 Octavio Saltor, abogado, poeta y articulista, en la que me insinúa a través de una prosa perfecta que yo podria ser presidente de los juegos Florales de Barcelona, afirmando a este respecto, lo siguiente: «El Patronat de la Institució (dels jocs Florals de Barcelona) us demana a vós d'acceptar la presidéncia del jurat, etc.». Agradezco mucho a dicho Patronato, y al señor Saltor concretamente, su generosa disposición, pero tengo que decir en seguida que no puedo aceptar su honorable ofrecimiento por las razones que expuse hace unos momentos en relación con estos señores de la corporación académica. Ni por mi edad, ni por mi estado de salud, ni por mi ignorancia, ni por el abrumador trabajo que tengo para finalizar estas Obras Completas, ni por mi escasísima capacidad oratoria, puedo aceptar un cargo de tanta responsabilidad y de una constancia cierta. No. Las cosas han de hacerse bien o no hacerlas. En este caso me encuentro. Cuando publique en las Obras Completas algunos ensayos sobre algunas cosas ochocentistas de este país, verán el Patronato de referencia y el señor Saltor mi defensa constante de los Juegos Florales y el horror que me produjo siempre la defensa que hicieron los progresistas, al frente de los cuales estaba el siniestro Pitarra, el músico Clavé y Valentín Almirall, del «catalá que ara es parla», es decir de la bazofia populachera, paródica y de la cloaca que defendieron aquellos elementos de la revolución de septiembre que fue espantosa y literalmente grotesca. Por fortuna, aquella junta de insensatos se encontraron con el muro infranqueable de los Juegos Florales que lo trataron de cursi, naturalmente, porque todo lo que es sociable es cursi en todos los países. Lo que no tiene la menor duda es que todo lo que tiene nuestro idioma de inteligible y de calidad, de expresividad y de aptitud para los conocimientos, se debe a los Juegos Florales que crearon aquellos grandes personajes que están constantemente en mi recuerdo. Esta es la realidad pura y simple. Luego el señor Fabra y el señor Prat de la Riba consumaron el hecho. Magnífico.

Y después de todo esto, ¿qué podría decir más? No tenemos más que lo que tenemos delante de nuestros ojos. El futuro es bastante incierto. Una cosa cierta: los Juegos Florales de Barcelona. Todo lo demás es ridículo. Todo esto consiste en saber si lo que viene no serán más que conversaciones de café, de tertulia o de lo que sea.


José Pla

Destino (Barcelona, 20-26 de novembre 1975)




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